miércoles, 14 de mayo de 2014

En zapatos de goma



Sobre el piso asoman los zapatos de tela, casi todos con puntas redondeadas y de goma, son los Converse, que no pasan de moda. Y andan y andan, los Converse, hasta el final del pasillo, donde chisporrotean los azulejos amarillos, blancos, rojos, azules, que recubren las entradas de los edificios.

En las aulas hay manos que escriben y dibujan y luego pasan la borra sobre la pizarra y así, en un zarpazo, nos cambian el tema. Otras son las manos que nos cambian la novia o la residencia estudiantil; o ambas dos, pero si algo, bastante útil en estos casos, nos ha enseñado la Geometría Descriptiva es no perder nunca la perspectiva. En serio, lo hemos aprendido muy bien. Al final de cada clase la hoja de trabajo termina tan abigarrada de líneas que parece obra de arte cinético, como las obras de Carlos Cruz-Diez, no se sabe dónde está la línea de tierra aunque los tetraedros despunten como cohetes sobre la hoja de papel. A pesar de todo el aparente esfuerzo que refleja una hoja así, tenemos unas notas que están cerca del punto de fuga. Es como si las notas se salieran del papel y se redujeran, se redujeran, se redujeran hasta unirse al punto de fuga, que es como un cero, visto en perspectiva.

Sin importar las tertulias, los paseos a la playa y la benevolencia del profesor de Descriptiva, terminamos exhaustos el semestre. Eso sí, ¡pasamos al siguiente!, ¡aprobamos! Así como también aprobamos lo de ellos. Lo de Álvaro y Antonieta. Lo que se supo en Tierra de Nadie la noche que acampamos para ver el eclipse...

Álvaro y Antonieta lo están haciendo, hay que decirlo. Ellos se nos pierden de vista a cada instante. Álvaro pareciera girar alrededor de Antonieta, como haciendo figuras en el aire. Es como lo hemos visto en las clases de Cálculo III: Los sólidos de revolución, que se calculan con integrales triples, dada su complejidad, se resuelven poco a poco, en diferenciales, y en dirección de adentro hacia afuera. Antonieta funge de generatriz y Álvaro revoluciona alrededor de ella, en conjunto crean sólidos de revolución. Cuando están juntos no vemos a ninguno de los dos; en cambio, vemos junto a nosotros algo que gira, que parece un elipsoide, un paraboloide, una hiperboloide. Algo que gira y que los envuelve a los dos, que gira como la Tierra alrededor del Sol. Giran y se atraen, produciendo días y noches y mareas y veranos. Es realmente fuerte la energía del amor.

Volviendo a los zapatos, el amor sería algo como zapatos unidos por las trenzas, siempre moviéndose al compás, como si danzaran. El amor, Álvaro y Antonieta. Hasta que un día las trenzas de los zapatos les estorban, hasta que un día cada par de pies quiere andar por su lado y ya no es agradable andar empatados. Del amor se pasa al desamor y no es que se trate de prefijos o sufijos, porque en realidad se trata de otra cosa. Ha llegado a ser tan grande el problema con las trenzas que la solución ha sido quitarse los zapatos de goma, y a pie, descalzo, se ha ido por ahí cada bípedo. Cada cual por su lado.

Ese ha sido el primer caso, el de Álvaro y Antonieta, mas no el único. Se han visto varios pies descalzos y varios pares de zapatos abandonados en los pasillos, unidos por las trenzas, de los cuales se encargará el Rector porque ya son un problema de carácter institucional, así lo han dicho en Consejo de Facultad.

En el tercer verano la Facultad no abrió cursos. No es novedad, ha pasado antes, sólo que esta vez ha sido un tema de presupuesto. La Universidad, a pesar de su autonomía, no se libra de la crisis. La Dirección  informó que abrirían cursos de verano ↔ (sí y sólo sí, como hemos aprendido a escribir en ingeniería) los estudiantes pagan el monto completo del curso, cosa que por tratarse de una universidad pública... Así que aparecieron, blancos como fantasmas, unos enormes papeles pegados en la pared de la Dirección, para que se anotaran los alumnos que estuvieran de acuerdo… Los papeles quedaron en blanco. La Facultad quedó en silencio. La cerveza se agotó en los dos restaurantes chinos que quedan cerca de la Universidad y entre julio y septiembre todos fuimos a la playa.

Volvimos a las aulas morenos, tostados por una crema de salitre y Sol, hablando de tablas de surf y de conciertos, en absoluto listos para comenzar el próximo semestre pero igual comenzándolo. El tema del semestre resultó ser Andrés. Andrés González Soto, 21 años, poliglota, estudiante, indeciso respecto de su vocación. Andrés se volvió el epicentro del semestre, sobre todo cuando nos lo dijo. Que se cambiaba de Facultad, que qué va con la Escuela de Letras, que a él le gustaba leer, sí, pero más que literatura los códigos, las leyes. Nos dijo que quería hacer carrera en los tribunales y argumentar con la ley, que lo que quería era la Ley Orgánica Procesal Penal, el Codex Alimentarius, y pasearse por los claustros del Derecho Romano I, II y III. Se le echa de menos a Andrés. Pero está bien, bien por él que persigue las leyes, porque eso es lo que quiere. Nosotros no sabemos nada de artículos, parágrafos, oficios, ni demandas, pero cómo lo echamos de menos a él. Andrés ya casi no viene por estos lados a hacer tertulia, ni a fumar, ni a sentarse con nosotros en las sillas azules de Ingeniería.

No sabemos si Andrés nos echa de menos, quizás sí, quizás no. Lo cierto es que quien nos echa de menos cuando no la visitamos es Glorieta, la del cafetín. Glorieta Paz Olavarría: Edad… difícil de calcular,  tiene una sazón inigualable, es casada y tiene dos hijos. Siempre nos lo dice, con su acento oriental, que canta sin esfuerzo: ¡No vinieron a tomar café ésta mañana!, ¡ya los extrañaba! Y es que, claro, cómo no echar de menos a una nube humana que se aviene en especie de colmena, perturbadora, bulliciosa, se bebe unos cuantos cafés en un dos por tres, se instala en una mesa para seis, habla de todo a la vez y a la hora de marcharse grita como orfeón desafinado: ¡Chao, Glorieta!, ¡te quedó bueno el café!

Café bueno ese, sí, pero no más bueno que el que se toma en casa de Giovanni. Giovanni Bianco Rossini: 22 años, estudiante de ingeniería, melómano, amante del calcio y del Inter hasta la muerte, de padres evidentemente italianos, anfitrión de tertulias memorables en su casa. En su casa siempre se aparece la noche. Esa señora. Esa señora cara de tabla. Esa pizarra negra y vacía que nos mira de frente, que se comienza a llenar de charla y acordes de guitarra, estrellas, más charla y versos de canciones y lunas y partidos de fútbol y sueño y béisbol y luego no queda más que estirar la noche, que estirar la pizarra, para que quepan más cosas en ella. La pizarra no es elástica pero se estira con café. ¿Ya terminaste la introducción? Sí, pero faltan las conclusiones. Todavía no puedo concluir. Necesito que Giovanni termine los cálculos. Giovanni se está durmiendo, Ana, sírvele otro café.

Y entonces, como siempre, sucedía lo inevitable. Otra pizarra negra que se borraba bajo el implacable brazo del alba, otro zarpazo: ¡Amanecía!, y con los sueños encima llegábamos a la Facultad, amanecidos pero radiantes, cansados pero felices. Así, con el día despuntando en nuestras narices, frías por la noche en vela. Así, con los días maravillosos abriéndonos los ojos, mostrándonos un cielo abierto, un Sol inmenso, un día entero y este himno que ahora, justo ahora, hace que lo recuerde todo y eso que en latín… Muy poco… Ad honorem, porque nunca me pagaban por enseñar Cálculo I, porque eso era ad honoremGaudeamus igitur / iuvenes dum sumus / gaudeamus igitur / iuvenes dum sumus / post iucundam iuventutem / post molestam senectutem / nos habebit humus. Sí, sí: Alegrémonos, pues / mientras seamos jóvenes / alegrémonos, pues / mientras seamos jóvenes / tras la divertida juventud / tras la incómoda vejez / nos recibirá la tierra…

Un aura de satisfacción cubre toda ésta sala, coctel de rebeldía y reverencia. De un lado de la tarima está el orfeón, uniformado de gala, y, en el centro, las autoridades universitarias. Y yo, para alcanzar a ver al orfeón, vuelvo a estirar el cuello como cuando pegamos aquel cartel en la puerta del salón donde se presentaban los exámenes de Termodinámica. Era muy apropiado el cartel. Le sacaba un puñado de dientes a todo el que pasaba y lo leía. Un puñado de dientes y unas carcajadas. Habíamos escrito a mano y con pulso firme, en letras muy grandes porque estar ahí era algo como un grito, un insulto, una contracción: S-A-L-A-D-E P-A-R-T-O.

Seguidamente, como correspondía, de la sala de parto pasábamos a la de recuperación, donde se desplegaban sobre el cielo los aletazos de las guacamayas, vistos desde abajo, desde el suelo de Tierra de Nadie: Sala de recuperación en ese momento, sala de esparcimiento.

Y así, nos convertíamos en Pastores de Nubes, tal vez inspirados por Jean Arp y su Pastor de Nubes o por un cielo tan azul, lo cierto es que pastoreábamos desde la tierra, echados en el suelo, envueltos en olor a monte y a Sol, carpe diem. Éramos pastores de nubes, de guacamayas, de loros y de cuanto bicho sobrevolara el campus con destino hacia, o desde el, Jardín Botánico. Pero sobre todo pastores de guacamayas. Guacamayas con su plumaje al viento: Amarillo y azul, rojo y azul. Hermoso, un atuendo ceremonial. Parecido al que llevamos puesto hoy, parecido a esta toga negra que se agita en cada paso que doy sobre esta larga lengua roja mientras las cuerdas vocales del orfeón siguen cantando el Gaudeamos Igitur, aquí, en el Aula Magna: Vivat Academia / vivant professores / vivat membrum quodlibet / vivant membra quaelibet / semper sint in flore. Y yo voy entendiendo, y voy sintiendo cada frase, perfectamente, y me voy sintiendo cada vez más como dentro de una gran boca que es el Aula Magna, yo, sobre su lengua roja: Viva la Universidad / vivan los profesores / vivan todos y cada uno / de sus miembros / resplandezcan siempre…

Ya casi llega mi turno y mi corazón no respeta la solemnidad del acto. Y eso que el orador de orden dijo que éste era un acto solemne... Que nos invitaba a guardar silencio… Pero ya saben cómo está mi memoria, también mi corazón hace lo que quiere. Mi corazón retumba como un tambor y estoy lleno de música por dentro, una música que parece profanar esta sala, esta ceremonia, pero que no puedo silenciar, mea culpa, sí. Una música que acentúa cada frase que sale de esta gran boca y eso que en latín…Algunas locuciones… Y lo del ad honorem…  Alma Mater floreat / quae nos educavit / caros et commilitones / dissitas in regiones / sparsos congregavit. Y algo, como un chicle o una trenza de zapatos, se va anudando en mi garganta y eso que en latín… Lo del cargo ad honoremFlorezca la alma mater / que nos ha educado / y ha reunido a los queridos compañeros / que por regiones alejadas / estaban dispersos... Y me descubro dando las gracias. Gracias. Gracias por tantos zapatos de goma. Gracias por tantos amigos. Gracias por tantas pizarras negras donde se aprendieron tantas cosas. Y gracias por borrarlas con el alba. Gracias por tantos sabios días, abiertos como libros. Gracias por tantos libros. Gracias por tanta gracia junta, Deo gratias

Cuando finalmente llego frente a la mesa de las autoridades  mi memoria no va, ni viene, está quieta, in situ... Mi corazón también, estoy aquí y sólo me importa éste momento. Recibo el título de la mano de la Rectora. Respiro hondo. Mi mano estrecha su mano y su mirada encuentra la mía. Se oyen aplausos y más aplausos. Sospecho que ella ve en mis ojos las hipérbolas girando, la playa, Tierra de Nadie, los amigos y tantas ecuaciones y teoremas recién aprendidos. Sabe que recién he dejado de ser bachiller para convertirme en ingeniero, sabe que soy neo nato, y tal vez también sabe que el latín me va gustando.

Continúa la lluvia de aplausos acompañada de chispitas de flashes de cámaras fotográficas y sucede algo, como si un caleidoscopio girara muy lentamente y una figura que antes era grande y colorida empezara a disminuirse, se doblara como origami, se encogiera hasta reducirse a un punto. Un punto en el caleidoscopio, es el final del pregrado. La Rectora me sonríe y me dice algo que no logro escuchar, yo le contesto la sonrisa nada más. Entonces cambio la borla de mi birrete hacia el lado contrario: Me acabo de graduar, se me inundan los ojos. Y aun así, a través de las aguas saladas, noto cómo el caleidoscopio gira muy lentamente. El punto que antes había allí se comienza a desdoblar, se empieza a formar una figura geométrica diferente, se cubre de otros azulejos de colores y de rayos de otro Sol, la figura crece, bellamente, per se.


Mientras salgo de la gran boca y de su lengua roja, el caleidoscopio continúa girando, poco a poco, y veo cómo van apareciendo puntitos de colores que luego toman una forma alargada y finalmente toman la forma de personas, y en ellos y en los espejos me reflejo y la figura geométrica que hacemos es un tapiz hermoso, que se mueve como una célula en la medida en que avanzamos, motu proprio, en los semestres del postgrado.

Escrito por: Ambar Gómez
El vídeo: Youtube.com - GleeTV

jueves, 1 de mayo de 2014

Tuviste suerte


La habitación está a oscuras y en silencio, apenas relumbra el brillo del monitor en su cara, en su cuello, en sus vellos… Su cara devora algo en la pantalla, algo que va por líneas, por párrafos: Palabras. Sus ojos se mueven de izquierda a derecha, de izquierda a derecha, y bajan cada vez más. Enseguida, es la cara lívida, los brazos exiguos. La cara pálida entre las manos. Los codos apoyados sobre la mesa. Las manos que tiemblan. Las manos alborotándose el pelo, las manos arrancándose el pelo. Las lágrimas. Los puñetazos contra la mesa.

No esperaba presenciar esto, yo sólo vine a despedirme. Pero fíjate cómo son las cosas, justo te encuentro leyendo eso. Eso.

Sé muy bien lo que lees, Saúl, lo sé muy bien porque fui yo quien lo escribió. Lo que me extraña es que lo vengas a leer ahora… Uno, dos, tres, ¿cuatro meses después?

Recuerdo muy bien ese correo, sí. Pero no pienso leerlo, no es bueno leer lo que no es para uno. Aunque de pronto… De pronto te resulta interesante saber cómo fue que lo escribí... Deja que te cuente, aunque no tengo mucho tiempo, aunque no sepas que estoy aquí.

Verás, hacía un frío tremendo. El infierno debe ser frío, Saúl, yo pienso que es así, luego vendré y te contaré. En ese clima helado uno siempre anda con los pies y las manos frías, y tú sabes que nunca me gustó esa sensación en el cuerpo, nunca. Ya por el clima nada más me sentía mal, pero el clima era sólo algo accesorio. No te puedo decir que lo escribí de puño y letra, no sería verdad, no. Sí te puedo decir que lo escribí de nervio a mano de mano a dedo y de dedo a tecla, es más apropiado ponerlo en esos términos, porque fue así. El ritmo con el que lo escribí fue el de una metralleta en plena balacera, imagínate una balacera, Saúl, pero métete dentro de la balacera para que me puedas entender: Casi sin respirar, casi sin pensar, pero sin dejar de apretar los dedos contra las teclas y que fuera lo que Dios quisiera. Y ahí está, ahí en tu buzón, una misiva que parece un misil, que ahora te apunta en tu cara sin que puedas hacer nada. No, es que no hay nada que puedas hacer.

No tengo mucho tiempo, ya te dije que sólo vine a despedirme, aunque no sepas que estoy aquí. Estos minutos que me quedan se los voy a dedicar a recordar las frases duras de ese correo, frases como ésta: «contigo todo es difícil…» o ésta: «Si tú eres mi regalo… ¿Cómo se te ocurre aparecerte así?» y la que pienso que es la peor: «¿Mejor como amigos, no?» Eso es una granada, Saúl, no es tan solo una bala, no después de todo... Una bala te perfora, te abre un huequito en la carne, que luego sana. Una granada es otra cosa, te explota en la cara, te revienta, te hace añicos. Ve a saber si luego puedes reconstruirte, yo no sé si se pueda, Saúl, después de una granada… Yo no sé.

En el fondo tuviste suerte, Saúl. Tuviste suerte de que lo único que se cayera del décimo piso fuera una maceta, que fuera lo único que se estrellara contra el asfalto que siempre está mojado y helado. Pero no fue gran cosa, porque la maceta ya estaba muerta, tenía la tierra árida y apretada. Te digo, nada qué lamentar, ya estaba muerta.

Y ahora para qué tantas lágrimas, Saúl, ¿para qué? No caigamos en esto. Tú caliente, yo frío. Tú blanco, yo negro. Tal vez por eso terminamos con la vida hecha cuadritos, como un tablero de ajedrez. Había que entender que el alfil se mueve en diagonal, que el caballo se mueve en ele, pero sobre todo había que entender que la reina se mueve hasta donde quiere y que es al rey al que le hacen jaque mate. Yo no inventé el ajedrez, Saúl, yo sólo jugué una partida y ya no importa, porque ya estoy viendo todo en blanco y negro, porque estoy aquí y tú ni siquiera sabes que estoy.

Esta escena es muy patética, Saúl, yo no esperaba presenciarla pero fíjate que uno a veces es inoportuno, a veces oportunista, a veces pierde la oportunidad, no sé por qué pienso en palabras que tienen que ver con la palabra oportunidad... Imagínate un dado, y en cada cara del dado una palabra que tiene algo de oportunidad. Yo siento ese dado, aquí, en este momento, lo siento sacudirse en el aire como un boxeador en el cuadrilátero. ¿Por qué juegas y juegas con ese dado, Saúl? No me digas que estás pensando en


Yo sólo vine a despedirme, Saúl. Para que sepas que vine voy a tocar tres veces a la puerta, porque es así como me han dicho que hay que despedirse en estos casos. Mis abuelos y mis bisabuelos se han despedido así, igual que tanta gente que ya se ha ido. Voy a tocar tres veces a la puerta, Saúl, no te asustes, no vas a verme pero quiero que sepas que soy yo. Voy a tocar tres veces a la puerta, porque ya todo está escrito, porque ya todo está leído.


Escrito por: Ambar Gómez
La foto: Freeimages.com