Sobre
el piso asoman los zapatos de tela, casi todos con puntas redondeadas y de
goma, son los Converse, que no pasan
de moda. Y andan y andan, los Converse,
hasta el final del pasillo, donde chisporrotean los azulejos amarillos, blancos,
rojos, azules, que recubren las entradas de los edificios.
En
las aulas hay manos que escriben y dibujan y luego pasan la borra sobre la pizarra
y así, en un zarpazo, nos cambian el tema. Otras son las manos que nos cambian
la novia o la residencia estudiantil; o ambas dos, pero si algo, bastante útil
en estos casos, nos ha enseñado la Geometría Descriptiva es no perder nunca la
perspectiva. En serio, lo hemos aprendido muy bien. Al final de cada clase la
hoja de trabajo termina tan abigarrada de líneas que parece obra de arte
cinético, como las obras de Carlos Cruz-Diez, no se sabe dónde está la línea de
tierra aunque los tetraedros despunten como cohetes sobre la hoja de papel. A
pesar de todo el aparente esfuerzo que refleja una hoja así, tenemos unas notas
que están cerca del punto de fuga. Es como si las notas se salieran del papel y
se redujeran, se redujeran, se redujeran hasta unirse al punto de fuga, que es
como un cero, visto en perspectiva.
Sin
importar las tertulias, los paseos a la playa y la benevolencia del profesor de
Descriptiva, terminamos exhaustos el semestre. Eso sí, ¡pasamos al siguiente!,
¡aprobamos! Así como también aprobamos lo de ellos. Lo de Álvaro y Antonieta.
Lo que se supo en Tierra de Nadie la noche que acampamos para ver el eclipse...
Álvaro
y Antonieta lo están haciendo, hay que decirlo. Ellos se nos pierden de vista a
cada instante. Álvaro pareciera girar alrededor de Antonieta, como haciendo
figuras en el aire. Es como lo hemos visto en las clases de Cálculo III: Los
sólidos de revolución, que se calculan con integrales triples, dada su
complejidad, se resuelven poco a poco, en diferenciales, y en dirección de
adentro hacia afuera. Antonieta funge de generatriz y Álvaro revoluciona
alrededor de ella, en conjunto crean sólidos de revolución. Cuando están juntos
no vemos a ninguno de los dos; en cambio, vemos junto a nosotros algo que gira,
que parece un elipsoide, un paraboloide, una hiperboloide. Algo que gira y que
los envuelve a los dos, que gira como la Tierra alrededor del Sol. Giran y se
atraen, produciendo días y noches y mareas y veranos. Es realmente fuerte la
energía del amor.
Volviendo
a los zapatos, el amor sería algo como zapatos unidos por las trenzas, siempre
moviéndose al compás, como si danzaran. El amor, Álvaro y Antonieta. Hasta que
un día las trenzas de los zapatos les estorban, hasta que un día cada par de
pies quiere andar por su lado y ya no es agradable andar empatados. Del amor se
pasa al desamor y no es que se trate de prefijos o sufijos, porque en realidad se
trata de otra cosa. Ha llegado a ser tan grande el problema con las trenzas que
la solución ha sido quitarse los zapatos de goma, y a pie, descalzo, se ha ido por
ahí cada bípedo. Cada cual por su lado.
Ese
ha sido el primer caso, el de Álvaro y Antonieta, mas no el único. Se han visto
varios pies descalzos y varios pares de zapatos abandonados en los pasillos,
unidos por las trenzas, de los cuales se encargará el Rector porque ya son un
problema de carácter institucional, así lo han dicho en Consejo de Facultad.
En
el tercer verano la Facultad no abrió cursos. No es novedad, ha pasado antes,
sólo que esta vez ha sido un tema de presupuesto. La Universidad, a pesar de su
autonomía, no se libra de la crisis. La Dirección informó que abrirían cursos de verano ↔ (sí y
sólo sí, como hemos aprendido a escribir en ingeniería) los estudiantes pagan
el monto completo del curso, cosa que por tratarse de una universidad pública...
Así que aparecieron, blancos como fantasmas, unos enormes papeles pegados en la
pared de la Dirección, para que se anotaran los alumnos que estuvieran de
acuerdo… Los papeles quedaron en blanco. La Facultad quedó en silencio. La
cerveza se agotó en los dos restaurantes chinos que quedan cerca de la Universidad
y entre julio y septiembre todos fuimos a la playa.
Volvimos
a las aulas morenos, tostados por una crema de salitre y Sol, hablando de
tablas de surf y de conciertos, en absoluto listos para comenzar el próximo
semestre pero igual comenzándolo. El tema del semestre resultó ser Andrés. Andrés
González Soto, 21 años, poliglota, estudiante, indeciso respecto de su
vocación. Andrés se volvió el epicentro del semestre, sobre todo cuando nos lo
dijo. Que se cambiaba de Facultad, que qué va con la Escuela de Letras, que a
él le gustaba leer, sí, pero más que literatura los códigos, las leyes. Nos
dijo que quería hacer carrera en los tribunales y argumentar con la ley, que lo
que quería era la Ley Orgánica Procesal Penal, el Codex Alimentarius, y pasearse por los claustros del Derecho Romano
I, II y III. Se le echa de menos a Andrés. Pero está bien, bien por él que
persigue las leyes, porque eso es lo que quiere. Nosotros no sabemos nada de
artículos, parágrafos, oficios, ni demandas, pero cómo lo echamos de menos a
él. Andrés ya casi no viene por estos lados a hacer tertulia, ni a fumar, ni a
sentarse con nosotros en las sillas azules de Ingeniería.
No
sabemos si Andrés nos echa de menos, quizás sí, quizás no. Lo cierto es que quien
nos echa de menos cuando no la visitamos es Glorieta, la del cafetín. Glorieta Paz
Olavarría: Edad… difícil de calcular, tiene
una sazón inigualable, es casada y tiene dos hijos. Siempre nos lo dice, con su
acento oriental, que canta sin esfuerzo: ¡No vinieron a tomar café ésta
mañana!, ¡ya los extrañaba! Y es que, claro, cómo no echar de menos a una nube
humana que se aviene en especie de colmena, perturbadora, bulliciosa, se bebe
unos cuantos cafés en un dos por tres, se instala en una mesa para seis, habla
de todo a la vez y a la hora de marcharse grita como orfeón desafinado: ¡Chao,
Glorieta!, ¡te quedó bueno el café!
Café
bueno ese, sí, pero no más bueno que el que se toma en casa de Giovanni. Giovanni
Bianco Rossini: 22 años, estudiante de ingeniería, melómano, amante del calcio
y del Inter hasta la muerte, de padres evidentemente italianos, anfitrión de
tertulias memorables en su casa. En su casa siempre se aparece la noche. Esa
señora. Esa señora cara de tabla. Esa pizarra negra y vacía que nos mira de
frente, que se comienza a llenar de charla y acordes de guitarra, estrellas,
más charla y versos de canciones y lunas y partidos de fútbol y sueño y béisbol
y luego no queda más que estirar la noche, que estirar la pizarra, para que quepan
más cosas en ella. La pizarra no es elástica pero se estira con café. ¿Ya
terminaste la introducción? Sí, pero faltan las conclusiones. Todavía no puedo
concluir. Necesito que Giovanni termine los cálculos. Giovanni se está
durmiendo, Ana, sírvele otro café.
Y
entonces, como siempre, sucedía lo inevitable. Otra pizarra negra que se
borraba bajo el implacable brazo del alba, otro zarpazo: ¡Amanecía!, y con los
sueños encima llegábamos a la Facultad, amanecidos pero radiantes, cansados
pero felices. Así, con el día despuntando en nuestras narices, frías por la
noche en vela. Así, con los días maravillosos abriéndonos los ojos, mostrándonos
un cielo abierto, un Sol inmenso, un día entero y este himno que ahora, justo
ahora, hace que lo recuerde todo y eso que en latín… Muy poco… Ad honorem, porque nunca me pagaban por
enseñar Cálculo I, porque eso era ad
honorem… Gaudeamus igitur / iuvenes dum sumus / gaudeamus
igitur / iuvenes dum sumus / post iucundam iuventutem / post molestam
senectutem / nos habebit humus. Sí, sí: Alegrémonos, pues / mientras seamos jóvenes
/ alegrémonos, pues / mientras seamos jóvenes / tras la divertida juventud /
tras la incómoda vejez / nos recibirá la tierra…
Un aura de satisfacción cubre toda ésta sala, coctel
de rebeldía y reverencia. De un lado de la tarima está el orfeón, uniformado de
gala, y, en el centro, las autoridades universitarias. Y yo, para alcanzar a
ver al orfeón, vuelvo a estirar el cuello como cuando pegamos aquel cartel en
la puerta del salón donde se presentaban los exámenes de Termodinámica. Era muy
apropiado el cartel. Le sacaba un puñado de dientes a todo el que pasaba y lo
leía. Un puñado de dientes y unas carcajadas. Habíamos escrito a mano y con
pulso firme, en letras muy grandes porque estar ahí era algo como un grito, un
insulto, una contracción: S-A-L-A-D-E P-A-R-T-O.
Seguidamente, como correspondía, de la sala de parto
pasábamos a la de recuperación, donde se desplegaban sobre el cielo los
aletazos de las guacamayas, vistos desde abajo, desde el suelo de Tierra de
Nadie: Sala de recuperación en ese momento, sala de esparcimiento.
Y así, nos convertíamos en Pastores de Nubes, tal vez
inspirados por Jean Arp y su Pastor de Nubes o por un cielo tan azul, lo cierto
es que pastoreábamos desde la tierra, echados en el suelo, envueltos en olor a monte
y a Sol, carpe diem. Éramos pastores
de nubes, de guacamayas, de loros y de cuanto bicho sobrevolara el campus con
destino hacia, o desde el, Jardín Botánico. Pero sobre todo pastores de
guacamayas. Guacamayas con su plumaje al viento: Amarillo y azul, rojo y azul.
Hermoso, un atuendo ceremonial. Parecido al que llevamos puesto hoy, parecido a
esta toga negra que se agita en cada paso que doy sobre esta larga lengua roja mientras
las cuerdas vocales del orfeón siguen cantando el Gaudeamos Igitur, aquí, en el Aula Magna: Vivat Academia / vivant professores / vivat membrum quodlibet / vivant
membra quaelibet / semper sint in flore. Y yo voy entendiendo, y voy
sintiendo cada frase, perfectamente, y me voy sintiendo cada vez más como
dentro de una gran boca que es el Aula Magna, yo, sobre su lengua roja: Viva la
Universidad / vivan los profesores / vivan todos y cada uno / de sus miembros /
resplandezcan siempre…
Ya casi llega mi turno y mi corazón no respeta la
solemnidad del acto. Y eso que el orador de orden dijo que éste era un acto
solemne... Que nos invitaba a guardar silencio… Pero ya saben cómo está mi
memoria, también mi corazón hace lo que quiere. Mi corazón retumba como un
tambor y estoy lleno de música por dentro, una música que parece profanar esta
sala, esta ceremonia, pero que no puedo silenciar, mea culpa, sí. Una música que acentúa cada frase que sale de esta
gran boca y eso que en latín…Algunas locuciones… Y lo del ad honorem… Alma Mater floreat / quae nos educavit /
caros et commilitones / dissitas in regiones / sparsos congregavit.
Y algo, como un chicle o una trenza de zapatos, se va anudando en mi garganta y
eso que en latín… Lo del cargo ad honorem…
Florezca la alma
mater / que nos ha educado / y ha reunido a los queridos compañeros / que
por regiones alejadas / estaban dispersos... Y me descubro dando las gracias. Gracias.
Gracias por tantos zapatos de goma. Gracias por tantos amigos. Gracias por tantas
pizarras negras donde se aprendieron tantas cosas. Y gracias por borrarlas con
el alba. Gracias por tantos sabios días, abiertos como libros. Gracias por
tantos libros. Gracias por tanta gracia junta, Deo gratias…
Cuando finalmente llego frente a la mesa de las
autoridades mi memoria no va, ni viene,
está quieta, in situ... Mi corazón
también, estoy aquí y sólo me importa éste momento. Recibo el título de la mano
de la Rectora. Respiro hondo. Mi mano estrecha su mano y su mirada encuentra la
mía. Se oyen aplausos y más aplausos. Sospecho que ella ve en mis ojos las
hipérbolas girando, la playa, Tierra de Nadie, los amigos y tantas ecuaciones y
teoremas recién aprendidos. Sabe que recién he dejado de ser bachiller para
convertirme en ingeniero, sabe que soy neo
nato, y tal vez también sabe que el latín me va gustando.
Continúa la lluvia de aplausos acompañada de chispitas
de flashes de cámaras fotográficas y sucede algo, como si un caleidoscopio girara
muy lentamente y una figura que antes era grande y colorida empezara a
disminuirse, se doblara como origami,
se encogiera hasta reducirse a un punto. Un punto en el caleidoscopio, es el
final del pregrado. La Rectora me sonríe y me dice algo que no logro escuchar,
yo le contesto la sonrisa nada más. Entonces cambio la borla de mi birrete
hacia el lado contrario: Me acabo de graduar, se me inundan los ojos. Y aun
así, a través de las aguas saladas, noto cómo el caleidoscopio gira muy
lentamente. El punto que antes había allí se comienza a desdoblar, se empieza a
formar una figura geométrica diferente, se cubre de otros azulejos de colores y
de rayos de otro Sol, la figura crece, bellamente, per se.
Mientras salgo de la gran boca y de su lengua roja, el
caleidoscopio continúa girando, poco a poco, y veo cómo van apareciendo puntitos
de colores que luego toman una forma alargada y finalmente toman la forma de
personas, y en ellos y en los espejos me reflejo y la figura geométrica que
hacemos es un tapiz hermoso, que se mueve como una célula en la medida en que
avanzamos, motu proprio, en los
semestres del postgrado.
Escrito por: Ambar Gómez
El vídeo: Youtube.com - GleeTV